Publicado: 13 de agosto de 2020

Lo que el COVID se llevó.

Desde hace algún tiempo en el mundo de la privacidad parece que cada avance tecnológico nos roba algo de terreno. Pocos son los respiros que tenemos.

Incluso cuando parece que algo va a cambiar para mejor con una buena iniciativa, como por ejemplo la puesta en funcionamiento del Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), al final el resultado es muy decepcionante.

Solo la lucha incansable de algunas organizaciones y personas individuales consigue hacer frente en cierta medida al avance inexorable de la destrucción de la privacidad. Dicha destrucción, como “La Nada” de la historia interminable de Michael Ende lo absorbe todo a su paso. Y lo que es peor, se alimenta de todo lo que absorbe para hacerse más grande y destructiva.

En los últimos meses hemos sufrido otro revés importante. La pandemia generada por el COVID-19 ha cambiado por completo algunos comportamientos tan básicos como habituales en nuestra sociedad.

No pretendo hace una exposición exhaustiva de todos los argumentos que se podrían poner de manifiesto aquí. Más bien pretendo llevar a cabo una llamada de atención e introducir este asunto para aquellos a quienes les resulte ajeno. A quien esté interesado en este asunto (la preservación de la privacidad) le animo a que indague más allá de estas líneas.

Algunas cuestiones importantes a mencionar son las siguientes.

La recomendación de no pagar con dinero en efectivo ha corrido como la pólvora. No voy a discutir aquí si realmente es un peligro pagar en efectivo o no. Me declaro incompetente para ello. Pero sí tengo claras dos cosas.

La primera es que se puede tener cuidado de una forma razonable al manipular el dinero. Y la segunda, que pagar con tarjetas bancarias (débito o crédito) o con aplicaciones digitales (desde PayPal a cualquier otra a través de una app) provoca inevitablemente el contagio de otra cosa. El profiling. Es decir, la creación de perfiles digitales personalizados. Los dobles digitales de los que habla, por ejemplo, Paloma Llaneza en Datanomics (ver Datanomics, de Paloma Llaneza). Esos datos se venden y se utilizan para muchas cosas: estudios de mercado, publicidad dirigida, ventas cruzadas, manipulación en redes sociales, … y cualquier otra cosa que a alguien (o incluso algo) se le pueda ocurrir. Ninguna de esas cosas es precisamente positiva para la fuente de esos datos (la persona a la que han ordeñado como una vaca gustosamente enchufada a su máquina, feliz de pagar sin ver dinero salir de su bolsillo, pues ha pagado con datos).

Pagando con la tarjeta se consiguen dos cosas, principalmente. Por un lado, la generación de esos datos que el banco de turno explotará y venderá. Por otro lado, hay múltiples estudios que demuestran que la gente compra más utilizando tarjetas y que está dispuesta a pagar más dinero por la misma cosa si paga con tarjeta (ver Tecnoadicciones, quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos, de Adam Alter).

Y eso no es todo. En todas las grandes superficies y cada vez en más negocios de menor entidad se nos anima continuamente a utilizar las tarjetas de fidelización. Supermercados, tiendas de ropa o gasolineras. Normalmente con la divina promesa de conseguir descuentos, puntos para conseguir descuentos, o cualquier otra promesa sobrenatural. Lo que me extraña es que las carteras que usamos no tengan al menos veinte huecos para tarjetas…

Solo hay que pensarlo un poco. Hacer esas tarjetas cuesta dinero. El software (los programas) de los negocios que las gestionan cuestan dinero. Pero, oh divina promesa tecnológica, solo sirven para que la empresa de turno venda más barato y gane menos. Y una mierda. Usan los datos en beneficio propio. Y lo más probable es que todas esas empresas también los vendan. Y eso si son un poco inteligentes. Porque si los almacenan en plataformas o bases de datos de empresas que comercian con los datos (como la de la G y la de la F, por ejemplo) estas últimas también los utilizarán directamente y probablemente los venderán a su vez. Por no mencionar que empresas como Google y Facebook reciben dinero (al menos) de la Agencia de Seguridad de Estados Unidos (NSA) para acceder libremente a TODA la información de sus usuarios. Perdón, de sus productos, puesto que la información de la gente que usa sus servicios es el activo que venden.

Todas esas tarjetas solo sirven para afilarlas y usarlas como “estrellas ninja” si nos atracan.

Otro asunto importante es que mucha gente a tenido que pasar de realizar tareas (trabajo o estudios) de forma presencial a hacerlo de forma remota, a distancia, online. Como no recibimos formación sobre cómo elegir un programa cuando necesitamos algo nuevo, poca gente tiene alguien versado en esta materia (desde el punto de vista de la privacidad, me refiero) para preguntar y casi nadie está dispuesto a dar un duro por aprender, pues los criterios suelen ser estos:

O bien usamos el programa que más gente usa, o bien probamos uno y sino otro o bien lo que nos dicen. Y casi nadie tiene un criterio más allá de si es muy fácil y cómodo usarlo. En la mayor parte de los casos no es culpa de la gente, pues nadie les da información y a las compañías no les interesa que sepan nada sobre privacidad.

Y aquí entra en juego otra estrategia de las compañías que trafican con datos y conocen la naturaleza humana (para qué vas a molestarte en algo si puedes evitarlo). Insisto, la mayor parte de la gente no tiene conocimientos en esta materia y por tanto están en clara desventaja con respecto a las compañías hostiles con la privaicdad.

Pero, generalmente, si le dices a una entidad que para usar un software de videoconferencia respetuoso con la privacidad tiene que pagar algún dinero para tener una instancia propia: sacrilegio. Aunque económicamente se lo pueda permitir. Ojo, que me refiero a entidades (empresas, asociaciones, etc) pues para los usuarios son igual de gratuitas que las alternativas privativas que no respetan la privacidad

Éste es el problema real. La balanza está muy descompensada por la falta de información sobre los aspectos negativos del uso de programas que no respetan la privacidad. La gente ve la parte buena de los programas nefastos: es gratis (con esto normalmente es suficiente), ya lo tengo instalado, mis colegas también lo tienen y ni siquiera entiendo que me dices que tendría que explicarles y ni por asomo entiendo que es eso de que porque yo use este programita tan chulo le puede pasar algo negativo a la sociedad a la que pertenezco (como explica, por ejemplo, Jaron Lanier en “Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato”.)

Afortunadamente, de vez en cuando aparece alguien con interés por su sociedad, su prójimo. A veces incluso por su planeta, ése en el que vivirán su hijos. Cuando pasa esto hay que tomarse algo. En serio, merece la pena celebrarlo. Y es gracias a ellos (vosotros, que os tomáis este asunto en serio) que los demás cogemos fuerzas para seguir luchando.

Y lo peor con el COVID es la parte más vulnerable en materia de privacidad de la sociedad. Los niños y adolescentes. Son los más vulnerables porque su vida digital empieza en muchos casos, muy lamentablemente, con la imagen de una ecografía. Y le siguen un chorro de datos tal que en realidad su yo real parece una mala representación de su yo digital. Ellos, por tanto, son los que más tienen que perder.

Son muchos los centros educativos que están teniendo que adoptar medios digitales para impartir clases o simplemente contenidos a distancia.

A pesar de que existen una gran cantidad de programas libres de gran calidad para tales fines, muchos centros optan por utilizar herramientas privativas que se llevan por delante los derechos de sus alumnos. Es cierto que, en muchos casos, no son conscientes de ello. Pero la experiencia me dice que muchos de ellos no quieren saber otra cosa. No quieren cambiar nada. La comodidad es un arma tan peligrosa como el miedo. Y no digamos si ha venido el “lobbista” de turno a vender las “bondades y milagros” del software privativo y, de paso, llamar poco menos que comunistas criminales chapuceros a los del Software Libre.

Ejemplos son plataformas educativas como Moodle, programas de viodeconferencia como Jitsi o BigBlueButton (ver también Servidor videoconferencia – Big Blue Button). Y miles más, por cierto.

A este respecto, la Free Software Foundation acaba de poner en marcha una campaña para aflorar esta problemática de uso de programas privativos en educación a distancia. Para ello han creado un vídeo que explica de una forma sencilla y conceptual este asunto. Podéis ver la información de la campaña y el vídeo aquí: https://www.fsf.org/blogs/community/the-university-of-costumed-heroes-a-video-from-the-fsf . No obstante, pongo aquí el vídeo para que lo podáis ver directamente.

El vídeo está en inglés. Pero podéis poner los subtítulos en español haciendo clic en el botón "CC" que se encuentra en la esquina inferior derecha del mismo. Yo personalmente he contribuido a dicha traducción, como podéis ver en la imagen siguiente. Y os ánimo a traducirlo a otros idiomas. Vosotros o alguien que conozcáis que pueda hacerlo.

Créditos traducciones de los subtítulos del vídeo


Cada vez tengo más claro que tenemos que actuar en comunidad y apoyarnos cada vez que queramos corregir un comportamiento indeseado. Si alguien se da cuenta de que en el colegio de sus hijos se utilizan tecnologías que vulneran sus derechos probablemente el primer paso es solicitar hablar con el responsable de esa materia en el centro. Si necesitáis apoyo para explicar el problema solicitad ayuda, yo mismo me ofrezco a ayudar. Y si nosotros solos no conseguimos nada, entonces pediremos ayuda a las asociaciones, a las fundaciones y al Papa si hace falta. Pero si nos quedamos quietos y callados son nuestros hijos los que salen perdiendo.

Veo con orgullo y admiración las noticias que se publican de personas (padres o madres) que han hablado con un centro educativo y han luchado hasta que los derechos de sus hijos se han puesto por delante de la comodidad o los incentivos de alguien. Ése es el camino que hay que seguir. Y debemos apoyarnos para conseguirlo. Ver el apartado de "ejemplos" de está página web.

Otra cosa importante que se podría llevar el COVID tiene que ver con las aplicaciones de rastreo de las que tanto se ha hablado últimamente. Especialmente mientras estábamos confinados, temiendo lo que pasaría cuando todo el mundo volviese a salir a la calle. Ciertamente no me preocupan demasiado esas aplicaciones en sí mismas puesto que podemos negarnos a usarlas.

Lo que me preocupa, y mucho, es que cada vez hay más cuestiones para las que no sólo se asume que todo el mundo tiene un SmartPhone (el nombre es un eufemismo, realmente debería llamarse StupidPhone) sino que, además, no se habilitan otros medios para dar curso a dicho asunto. O incluso se asume que la gente usa crapware (programas basura, en materia de privacidad) como WhatsApp.

El COVID dificulta las cosas puesto que al generar situaciones que requieren una solución rápida facilita bastante la adopción de soluciones cómodas.

Tiene narices que con todo lo que se ha hablado de que los estudiantes sigan las clases desde casa nadie haya salido en televisión explicando que empleando Software Libre el gasto para las familias se reduce drásticamente. Un ordenados con más de 5 años puede servir perfectamente para esto (de segunda mano cuestan muchísimo menos que uno nuevo). Las licencias de los programas son gratuitos para los alumnos y para los centros. Y la implantación y el mantenimiento tienen costes muy asumibles. Eso sí, no va a ir nadie al despacho de nadie a incentivarle para usar Software Libre como sí lo hacen para usar crapware (programas de… Sí, eso que dije antes).

Hay programas libres para hacer cualquier cosa y todo el mundo puede usarlos por igual independientemente de su situación económica porque sus licencias son gratuitas (no licencias de estudiante que luego requieren pagar, no, licencias gratuitas). En realidad deberíamos hablar de licencias libres, pues son mucho más que gratuitas.

Para colmo, resulta que al gobierno de España le conceden un fondo de recuperación millonario en la Unión Europea y se lo va a gastar en impulsar el teletrabajo, el 5G y la digitalización de las PYMES. Pero como no veo por ningún lado ningún plan para desarrollar progreso tecnológico sin destruir derechos digitales me huelo que, salvo en los lugares donde haya alguien concienciado a título particular (que alguno hay), nos van a enchufar tecnología perniciosa por todas partes y solo las grandes corporaciones saldrán ganando de verdad.

Por cierto, que hay cosas para que las sucede eso tan bonito que dice la policía: el desconocimiento de la ley no es motivo de incumplimiento. Pues bien Edward Snowden se jugó el tipo (literalmente) para que supiésemos lo que hace el gobierno de su país y muchas compañías "grandes" (Google, Microsoft (+ Skype), Facebook (+ WhatsApp + Instagram) Amazon, y un largo etc. Ver https://es.wikipedia.org/wiki/PRISM para más detalles.

Para colmo, Jaron Lanier nos ha explicado hace poco como las grandes redes sociales manipulan a la gente (su producto a la venta) a placer de los caprichos de sus clientes (los que les pagan para manipular a la gente). Jaron Lanier en “Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato”.

Y, ¿qué hacen los gobiernos? Institucionalizar redes sociales como Facebook o Twitter utilizándolas como medio de comunicación oficial, ni más ni menos.

Solo puedo llegar a una conclusión: decir que la especie humana es inteligente es generalizar.

Aquí o nos ponemos las pilas cada uno y nos apoyamos o perderemos definitivamente derechos que teníamos al nacer y que ni siquiera hemos conseguido nosotros. Creo sinceramente que aquellos que lucharon para que los tengamos se merecen el respeto de, al menos, informarnos y reclamar lo que es nuestro gracias a ellos.

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Créditos de las imágenes tomadas del exterior: